Se llamaba Ciega y siempre en sus madrugadas llovía. Dormían juntos cada noche pero ella sabía que la mente de Él estaba a mil kilómetros de distancia, quizá soñando que desnudaba a otra. Ciega era confiada y testaruda, caprichosa en exceso y no distinguía el amor del deseo ni el deseo del placer ni el sexo del cariño.
Por eso ese montón de piedras porque mientras ella corría detrás del viento, intentando pararlo no se daba cuenta de que, quizá alguien quería sujetarla en tierra firme, besarla y abrazarla mientras dormía. Porque a Ciega le ponía ser una cometa, porque en el fondo, si buscase el verdadero amor no la camelarían con palabras bonitas sino con hechos bellos. Pero ya se sabe, ella siempre quiso ser una suicida emocional, una kamikaze de los sentidos... una pobre diabla que baila al son del viento.
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