lunes, 25 de julio de 2011

El Perfume.

Llegaba tarde al aeropuerto, últimamente llegaba tarde a todos los sitios, por eso cogió la primera maleta que encontró. Su armario parecía que había sufrido un saqueo, parecía que por él había pasado una guerra y sólo había sobrevivido la parte derecha. Ella se lo había llevado todo, sus camisas, sus vestidos, sus zapatos... Se lo había llevado todo y le había dejado espacio, unas bolsitas que contenían café para dar olor al armario y esa estúpida y única maleta. La miró con desconsuelo, se la habían comprado en su último viaje a Italia (...) no se molestó en mirar que había en ella, no quiso prestarle mucha atención no quería volver a tener otro incidente como cuando vio su cepillo de dientes. Se había ido, le había dejado claro que no iba a volver, tenía que aprender a vivir con ello, el viaje de hoy era la primera decisión que había tomado desde que ella se fue.
Llegaba tarde por eso metió cuatro camisetas arrugadas, una camisa, dos vaqueros, calzoncillos y calcetines. No se le daba bien hacer maletas, tampoco controlar la hora; llegaba tarde. Revisó que la casa estuviese cerrada, cogió las llaves, la cartera, la tarjeta de embarque y el móvil. Volvería dentro de cuatro días, "adiós casa, volveré siendo otro". El taxi le esperaba en la calle, llevaba haciéndolo el último cuarto de hora.
Llegó al aeropuerto y fue al control, dejó la maleta en la cinta y pasó por el arco. No hubo problema hasta que el señor de su derecha le preguntó que si llevaba algún perfume, él no recordaba haber metido ningún perfume, él sólo había metido en la dichosa maleta cuatro camisetas arrugadas, una camisa, dos vaqueros... El policía le señaló la pantalla y ese frasco que se dibujaba le produjó que el corazón le diese un vuelco. No podía ser, ella de nuevo, su perfume, ese que a él le encantaba, ese que nunca cambiaba porque decía que definía su personalidad, y vaya si lo hacía. Ahí estaba, ella, otra vez provocándole, le había vaciado el armario pero seguía en su vida, en su casa. Su piso se había convertido en un campo de minas, cuando ya pensaba que no quedaba nada, algo aparecía y le hacía explotar por los aires; cuando pensaba que la calma se había instalado en su hogar descubría algo que lo trasladaba a la época en la que eran felices, el mundo giraba en torno a ellos y ella aún no había decidido irse.
-Caballero, puede abrir la maleta para poder comprobar que tiene las medidas permitidas-, Abrió la maleta con miedo, no quiso tocar el perfume pero el agente, ajeno a la guerra mental y al desasosiego emocional que él estaba sintiendo, se lo devolvió.
- Todo en orden, cumple las medidas. ¡Qué pase usted un buen día! -
 El perfume de ella estaba en su mano, nada había cambiado, pensaba que el guardia se lo iba a quitar, pensó que por fin iba a destruir ese olor que tanto le destruía a él, pensaba que si se lo quitaban, si lo requisaban, volvería a su vida, volvería a renacer de sus cenizas cual ave fénix, pero no, el perfume estaba en su mano, el olor tocaba su piel y no pudo retener las lágrimas. Nada había cambiado, él estaba solo, ella no estaba y él perfume seguía allí, con su olor, con ese que tanto amaba y tanto le había echo sufrir.
Estuvo llorando demasiado tiempo, a la vista de todos, nadie se acercaba, el bote de perfume seguía en su mano. Una chica rubia se sentó a su lado, lo miró y le dijo:
- Si quieres lo tiró yo, es malo quedarse con olores que huelen bien pero que son una mierda.-  Él asintió y la chica rubia tiró el frasco a la basura. - Me llamo Carmen mi vuelo no sale hasta dentro de dos horas, si quieres te hago compañía.- 
-Quiero compañía. -
-No me pongo perfume.-
-Ayúdame a olvidar.-
-En dos horas es complicado. -
-Pues hazme compañía, no quiero quedarme solo. Me llamó Mario.-







martes, 19 de julio de 2011

Día siete del mes séptimo a las siete de la tarde.

Era un caluroso día siete del mes séptimo de un año cualquiera. Ella había quedado con el hombre de sus sueños a las siete de la tarde, él la pasaría a buscar e irían a bailar.  Había estado esperando ese momento toda su vida. Sentía por él un amor irracional, salvaje, casi, un amor absurdo. Todo en su vida giró entorno a él durante muchísimo tiempo, su diario, sus pensamientos, sus comentarios, su vida entera la organizaba según la vida de ese niño que fue convirtiéndose en hombre a la vez que ella en mujer. Las escuchas y los rincones donde esconderse para espiarlo se convirtieron en sus aliados para mantener la calma y para mantener la fe; esa fe que no decaía noche tras noche cuando le pedía a su Virgencita que no la abandonara, que se acordara de ella, que la ayudara a conseguir a ese hombre por el que suspiraba.

Era un caluroso día siete del mes séptimo de un año cualquiera y habían quedado a las siete de la tarde para ir a bailar. Ella se había comprado unos zapatos nuevos, se había vestido como una auténtica princesa y allí estaba, a las seis y media, esperando en un pequeño sillón a que sonase el timbre, esperando a qué la recogiese. Mientras miraba fijamente las manecillas del reloj, como si el ímpetu de su mirada hiciese que el tiempo pasase más deprisa. Sus piernas le temblaban, en su mente sólo escuchaba esa canción que tanto le recordaba a él, pensaba que tanta espera había merecido la pena, se sentía como Cenicienta... en menos de media hora estaría allí con ella, cogiéndola del brazo e invitándola a bailar...

Ti tac, tic tac, el reloj marcaba las ocho, tic tac, tic tac, el reloj marcaba las nueve pero ella seguía allí, esperando sentada, sin hablar, sólo mirando como el tiempo corría, como su vestido ya empapado por sus lágrimas se arrugaba y como los zapatos nuevos comenzaban a hacerle daño (...) Siguió allí sentada, en el sillón de flores amarillas en frente del reloj de cuco, hasta que ya no fue día siete del mes séptimo. No la había venido a buscar, no estrenó sus zapatos yéndose a bailar, no pudo ser Cenicienta porque nunca llegó al baile.
...
...
... Ya han pasado veinte años pero esa niña que se convirtió en mujer a la vez que él en hombre, la puedes ver sentada, año tras año, cada siete del mes séptimo, en un sillón amarillo de flores, contemplando el reloj con la mirada perdida. Está sentada con un vestido arrugado y con unos zapatos que nunca llegó a estrenar, esperando a que sean las siete de la tarde y que él aparezca con una buena disculpa y que la invite a bailar.


jueves, 14 de julio de 2011

¿Volamos?

Hoy hace un día extremadamente ventoso en Carrizal, mi pueblo; pero a mi me gusta. Puede que ese sea el motivo de no saber peinarme, para qué perder el tiempo haciéndome un peinado si cuando salía de casa ya no me quedaba nada en el pelo... (buen argumento para justificarme el que se me acaba de ocurrir. )
Siempre me ha gustado el viento, de pequeña pensaba que me llevaría a algún lugar desconocido como le había pasado a la pequeña Dorothy en el Mago de Oz, y, aunque en mi pueblo no hay tornados sí que hay alisios que soplan con mucha intensidad, sobretodo en en el mes de julio.

El viento me transmite calma, sé que parece una incongruencia pero es lo que me transmite, supongo que el día en que nací hizo mucho. Me transmite sosiego porque, mientras lo escucho a través de las persianas y de los árboles, sé que todo está como debería estar, cuando el viento cesa, cuando el viento se calma... es cuando comienzan a pasar cosas ya que todo está en silencio.
El viento sopla y si lo escuchamos con detenimiento oiremos palabras y sonidos que nos susurra al oído, y es como dice Neruda "escucha como el viento me llama galopando para llevarme lejos", a todos nos llama, todos los oímos, pero pocos somos lo que lo escuchamos. Sigamos el run-run, sigamos al viento quizás éste tenga algo que contarnos porque trae de muy lejos historias inigualables y si, por un casual, no escuchamos nada, dejémonos llevar por la imaginación y soñemos que volamos, el viento nos lleva a lomos de un gran caballo blanco y es como dice Neruda "El viento es un caballo, óyelo como corre por el mar, quiere llevarme, escucha como recorre el mundo para llevarme lejos".

   Y yo te pregunto, ¿volamos? ¿te atreves a volar?

jueves, 7 de julio de 2011

Hola, de nuevo.

Después de semanas de abandono del blog vuelvo a escribir. Mi ausencia ha estado justificada, he tenido que meter seis años de mi vida en una maleta de viaje; llegar a mi destino, abrirla e ir colocando cada pieza de ropa, cada par de zapatos y cada recuerdo en dos armarios. Hoy he terminado de organizarlo todo; después de casi una semana, una maleta y cuatro cajas marrones que mandé por correo, puedo decir que mi vida vuelve a estar en un perfecto orden, patas arriba, eso sí, pero en un perfecto y cretino orden.
Mi habitación me sonríe y mi cama de 90 cm me encanta. En ocasiones echo de menos la enorme de mi piso de Salamanca pero creo que en esta pequeña descanso mejor. Mi gata vuelve a ronronear a mi lado y los pájaros me despiertan muy temprano con sus, según mi madre, maravillosos cánticos. El mar se ve desde la azotea, la casa huele a café y los alisios vuelven a mi rutina. Quien sabe si dentro de poco tendré que volver a llenar la maleta e irme, pero hoy por hoy vuelvo a mi habitación de paredes amarillas, vuelvo con ropa, experiencias y sensaciones renovadas pero al fin y al cabo, vuelvo siendo la misma niña que ha dormido en esa habitación toda la vida.
Como dijo Machado "caminante no hay camino se hace camino al andar", ya se verá lo que me deparará el futuro. Quizás hoy haya desembalado la última caja con mis cosas y mañana esté en otro lugar volviéndolas a empaquetar. Tiempo al tiempo, ahora toca disfrutar, estemos donde estemos, hay que disfrutar.