martes, 19 de julio de 2011

Día siete del mes séptimo a las siete de la tarde.

Era un caluroso día siete del mes séptimo de un año cualquiera. Ella había quedado con el hombre de sus sueños a las siete de la tarde, él la pasaría a buscar e irían a bailar.  Había estado esperando ese momento toda su vida. Sentía por él un amor irracional, salvaje, casi, un amor absurdo. Todo en su vida giró entorno a él durante muchísimo tiempo, su diario, sus pensamientos, sus comentarios, su vida entera la organizaba según la vida de ese niño que fue convirtiéndose en hombre a la vez que ella en mujer. Las escuchas y los rincones donde esconderse para espiarlo se convirtieron en sus aliados para mantener la calma y para mantener la fe; esa fe que no decaía noche tras noche cuando le pedía a su Virgencita que no la abandonara, que se acordara de ella, que la ayudara a conseguir a ese hombre por el que suspiraba.

Era un caluroso día siete del mes séptimo de un año cualquiera y habían quedado a las siete de la tarde para ir a bailar. Ella se había comprado unos zapatos nuevos, se había vestido como una auténtica princesa y allí estaba, a las seis y media, esperando en un pequeño sillón a que sonase el timbre, esperando a qué la recogiese. Mientras miraba fijamente las manecillas del reloj, como si el ímpetu de su mirada hiciese que el tiempo pasase más deprisa. Sus piernas le temblaban, en su mente sólo escuchaba esa canción que tanto le recordaba a él, pensaba que tanta espera había merecido la pena, se sentía como Cenicienta... en menos de media hora estaría allí con ella, cogiéndola del brazo e invitándola a bailar...

Ti tac, tic tac, el reloj marcaba las ocho, tic tac, tic tac, el reloj marcaba las nueve pero ella seguía allí, esperando sentada, sin hablar, sólo mirando como el tiempo corría, como su vestido ya empapado por sus lágrimas se arrugaba y como los zapatos nuevos comenzaban a hacerle daño (...) Siguió allí sentada, en el sillón de flores amarillas en frente del reloj de cuco, hasta que ya no fue día siete del mes séptimo. No la había venido a buscar, no estrenó sus zapatos yéndose a bailar, no pudo ser Cenicienta porque nunca llegó al baile.
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... Ya han pasado veinte años pero esa niña que se convirtió en mujer a la vez que él en hombre, la puedes ver sentada, año tras año, cada siete del mes séptimo, en un sillón amarillo de flores, contemplando el reloj con la mirada perdida. Está sentada con un vestido arrugado y con unos zapatos que nunca llegó a estrenar, esperando a que sean las siete de la tarde y que él aparezca con una buena disculpa y que la invite a bailar.


4 comentarios:

  1. Me apetecía dejarles un pequeño relato que escribí ya hace mucho, espero que les guste. Besos a todos

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  2. Solo decirte que tras leerlo, me quedo con ganas de más... con ganas de leer tus relatos, novelas... y que compartas con todos nosotros lo que trasmites a través de tu letra tan particular...
    Un besito pitufa! Sara.

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  3. Es muy triste y melancólico y aún así me encanta! Tienes que plantearte lo de iniciar un relato por entregas durante el verano, porque yo también me quedo con ganas de más!!!
    Un besazo!!

    PD: yo lo de enlazar blogs todavía no sé como funciona peor en cuanto lo descubra te tengo!

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  4. Me encanta, como todo lo que escribes, sigue así, estare esperando tu proximo tema para tomarmelo con dos de azúcar.

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