jueves, 24 de enero de 2013

Siempre es un buen día para sonreír.

Le recompensaba ver la noche caer porque sabía que tras la oscuridad se encontraban sus sueños. Dudaba en exceso y había días que los quizás se convertían en demoledoras planchas de hierro. Ya no pensaba en amor, ni en amistad sólo en respeto. Tres días eran demasiado, varios meses era muy poco. El café no estaba ni frío ni caliente, la brújula marcaba el oeste y el norte seguía sin encontrarse. Las sábanas estaban heladas, la sonrisa a medias y el murmullo de las olas sin apenas vibración tras el temporal. Lo que ayer había sido sol hoy sólo eran nubes oscuras. Todo se había vuelto confuso, su mundo era inquebrantable y su sonrisa no era eterna. Los lugares dejaron de ser conocidos y el miedo se apoderó de sus horas.

Las lágrimas goteaban por sus mejillas, mejillas que un día parecido al de hoy estaban sonrojadas pero que ahora, no eran más que un estanque de lágrimas saladas. No tenía consuelo, no sabía que rumbo tomar, no podía expresar con palabras lo que le ocurría porque su corazón si quiera lo sabía. Un mal día, "un mal día lo tiene cualquiera", se repetía. Las conversaciones consigo mismo eran banales, se auto engañaba a propósito con el fin de no tornar los sueños en pesadillas y de pronto, cuando todo parecía romperse, caerse por un precipicio, sonó el teléfono y la sonrisa volvió a su cara. Pequeños detalles del destino, palabras amigas que salvan situaciones confusas y devuelven la sonrisa a rostros vulgares.


Por muchos nubarrones negros, por muchos enfados o enredos emocionales SIEMPRE ES UN BUEN DÍA PARA SONREÍR.