sábado, 28 de mayo de 2011

Lluvia de verano.

Huele a verano, el sol está espléndido en lo alto saludando y de pronto, en estas tierras castellanas, tan llanas como impredecibles, llueve. Primero avisa un ruido atronador luego un destello de luz, los rayos y los truenos comienzan así su baile. No quieren dejar pasar la ocasión, en las tormentas de verano ellos son importantes. Lo saben, por eso se recrean en el juego, parecido al de la seducción, en el que se ven inmersos. Primero el relámpago, luego el trueno.... Oigo el tic-tac del reloj; un, dos, tres, cuatro: comienza a llover. Es una lluvia dulce, suave, cargada de buenos presagios, es fuerte, es pasional, es lluvia de verano.

Me asomo a la ventana a observarla y un impulso casi autómata hace que me descalce y que mis pies se empapen. No soy la única que está feliz por la lluvia, las pájaros revolotean en sus árboles, pían sin cesar dándole la bienvenida.  Las flores se encaran contra el agua que emana del cielo buscando un abrazo, buscando esas pequeñas gotas que se quedarán impresas en sus pétalos, como un fiel recordatorio cuando la tormenta haya pasado de largo.

Me gusta la lluvia de verano, el caos silencioso que provoca por momentos, pero me gusta, aún más si cabe, la paz y la tranquilidad que deja al pasar.

Te propongo un plan, en la próxima tormenta, sal a calle y huele el olor que desprende la tierra mojada (es uno de mis favoritos). Dice la mitología griega que el olor a tierra mojada, es lo que le corría a los Dioses por las venas, el petricor... Sea cierto o no, disfrutemos de cada tormenta, empapémonos de arriba abajo, chapoteemos en plena calle, de esta forma disfrutaremos más los cafés y de la vida; y ya saben que a ambos les pongo "dos de azúcar". 


No hay comentarios:

Publicar un comentario